Las cookies que usamos en este sitio web facilitan la navegación y son imprescindibles para su funcionamiento. Por ley se requiere que des tu consentimiento. Gracias.

Humildad: Saber que no sé

marioneta 02

Extraído de Vivir el Perdón (Jorge Lomar)

En tu avance hacia el conocimiento de lo que significa vivir el perdón, primero tomas conciencia de la necesidad de aceptar el sentir, lo cual te lleva, en cuanto es posible, a una respuesta de paz y atención ante el grito del niño interno. Yo siento. Se trata de un paulatino pero profundo entrenamiento en la renuncia a la interpretación programada del sentir, ya que siempre implica algún truco para evadir la experiencia o para hacerte sentir culpable, por mucho que prometa buscar saber. El desarrollo de la auténtica sensibilidad es un trabajo de ampliación del darte cuenta, pues te lleva a reconocer el conflicto sentido sin posibilidad de evasión pensada.

 Posteriormente profundizas en la noción de responsabilidad que implica dejar de proyectar la emoción afuera, soltar el personaje de víctima y asumir la responsabilidad de las propias percepciones, interpretaciones y creencias que dan lugar al sentir. El conflicto está en tu mente. Sin embargo, antes de poder elegir un cambio de percepción, aún hay un obstáculo primordial que se interpone entre el conflicto y el perdón: la arrogancia de creer que sabes.

La ilusión de saber

El personaje vive la constante ilusión de que sabe y de que conoce las causas por las que pasan las cosas. Cree en sus sentidos, en su historia, en su percepción, en sus propias interpretaciones y en sus proyectos de futuro. Por supuesto, cree en su manera de entender lo que siente. Y además cree en la cultura, en la ciencia o en la religión, en lo que le cuentan los medios de comunicación y los expertos. Cree en el mundo, incluyendo todas sus controversias. Nunca imaginaría que la percepción colectiva está dominada por un programa de conflicto.

Al personaje, convencido de tener razón, no le gusta nada dejar de tenerla y sujeta el conflicto a base de arrogancia y orgullo por mucho que sufra y haga sufrir. La arrogancia es el sello característico del ego. Este se expande al mostrar lo que sabe, al corregir al otro, al indicarle su conocimiento. Si sabe, vale. Si sabe, es mejor. Si sabe, cuenta para los demás. Saber significa pintar algo a ojos de los demás, y esto es algo que el personaje necesita conseguir por cualquier medio. Porque se define constantemente mediante la mirada de los otros, tal como él define a los demás con el juicio y la clasificación. De hecho, para el programa conocer significa clasificar el mundo y juzgar adecuadamente cada cosa separada como deseable o despreciable.
El trabajo del perdón es exclusivamente interno, porque manejas el paradigma por el que tú eres mente y por tanto responsable de la experiencia que vives. Si bien, en el mundo de los cuerpos y lo físico, la arrogancia se puede medir por varios parámetros y conductas, si entiendes que eres mente, solo hay un criterio para detectar la arrogancia: ¿crees conocer la verdad? La arrogancia es la ilusión de saber.

Tal vez consigas aceptar lo que sientes. Incluso puedes reconocer que lo que sientes corresponde a tu propia interpretación del asunto. Aun así, al creer que tu interpretación es correcta, das validez a tu visión del mundo, por mucho conflicto que te produzca, y así no hay cabida para una nueva percepción. Eres víctima de la percepción, pues estás llamando realidad a la percepción errónea de tu interpretación condicionada.
La arrogancia pone al programa por encima del sentir e ignora la intuición fundamental de que, si me siento mal, es que percibo mal. En otras palabras, la arrogancia dice: «Sufro, pero tengo razón».

Y con tal de mantener viva la ilusión de saber, de ser una mente más correcta que la otra, de sentirte superior, el conflicto sigue sujetándote sin permitir a la luz entrar en el corazón. Y sin darte cuenta, en el calor del orgullo, estás dilatando la vida de la ignorancia y demorando el acceso a la comprensión al negarte a aprender.

La ignorancia sobrevive arropada por la arrogancia.

En medio de la arrogancia de creer que sé, me niego a aprender, lo cual significaría cambiar mi percepción. Esto solo puede suceder una vez que he reconocido que no sé. La ilusión de que sabemos la verdad y tenemos razón indica que no necesitamos aprender nada, y por tanto cerramos la puerta a nuestro maestro interno. El perdón se estanca ante la mente que no sabe que no sabe.

¿Qué se yo?

Bien, ¿y qué sabemos? Miremos por un momento más allá del saber programado y dejemos a un lado todas las ilusiones.
Durante siglos creímos que la tierra era plana. Cuando descubrimos que era redonda, pensamos que el sol y las estrellas giraban en torno a ella. Hoy se sabe que los sentidos nos engañan y que la materia es solo una forma de percibir ondas de información. Las explicaciones que la ciencia da sobre los fenómenos varían cada pocos años, durante los cuales asegura que son ciertas. Pasado ese tiempo, una nueva teoría barre con todo lo anterior y da la impresión de que por fin se ha hallado la explicación. No sabemos nada.

Los economistas presumen de conocer las causas del pasado para poder seguir vendiendo prospecciones de futuro. No importa que acierten a veces y a medias, el negocio de la venta de seguridad siempre funciona. Todos los expertos creen conocer las causas de lo que pasa en el mundo, pero siempre de acuerdo con su propio marco teórico, es decir, dentro de un sistema de pensamiento que hay que aceptar como verdadero aunque se base tan solo en teorías. ¿La evolución de las especies? ¿El big bang? ¿La gravedad? Teorías basadas en observaciones interpretadas según cierto marco de conocimiento concreto. Las verdaderas causas de todo siguen siendo un misterio. No sabemos nada.

No sabemos quiénes somos. La filosofía se ha hecho esta pregunta desde el origen de los tiempos, cambiando sus elucubraciones una y otra vez como van y vienen las olas en el mar. El hecho de hacerse esta pregunta tan insistentemente revela la tremenda confusión que existe al respecto. No sabemos por qué estamos aquí. No sabes porqué tu padre es tu padre, porqué has nacido donde has nacido ni por qué precisamente esta persona fue tu pareja y luego se fue. No sabes por qué enfermas, ni siquiera sabes porqué el cuerpo se deteriora y muere. No sabemos el propósito de nada.

La causa de las cosas

Los niños viven una etapa en la que el mundo los sorprende y desean conocer las causas de las cosas. Durante este periodo, ellos saben que no saben, y, por tanto, preguntan constantemente. Por ejemplo, un niño te pregunta: «¿Por qué llueve?». Tú, como adulto que sabe, te sientes honrado por poder iluminarlo. Y le contestas con mucha seguridad y cierta altanería: «Llueve debido a las nubes. El agua de las nubes se condensa y cae, produciendo la lluvia». Pero al niño no le basta esta pequeña explicación. Entonces hace otra pregunta: «Sí, pero ¿por qué hay nubes?». Bueno, ha llegado el momento de deslumbrarlo con tu conocimiento científico: «Verás, hay algo llamado evaporación. Debido al calor del sol, el agua del mar se evapora y se forman las nubes». Esto es algo que te contaron a ti cuando eras pequeño, estás seguro de que es verdad y de que ahora la explicación está completa. Sin embargo, el niño no piensa lo mismo: «Ya, pero ¿por qué sucede la evaporación?». Vaya, la cosa se complica en este punto. Ahora ya no estás tan seguro de poder acertar con una respuesta, pero mejor será decir algo, pues, de otro modo, ¿qué va a pensar de ti? «Bueno, en el mundo hay leyes naturales que hacen que todo funcione». «¿Ah, sí? ¿Y por qué hay leyes naturales? Y otra cosa: ¿y por qué fallan cuando hay sequía?». «No sé, la verdad es que no sé».
Gracias a la ayuda de una mente que no se conforma con la explicación programada, has podido reconocer que no sabes por qué llueve. Pero creías saberlo. Si no conoces las causas previas a la que tú crees que es la causa de algo, en realidad no sabes la causa. Y como en realidad ignoras la causa del universo, no conoces la causa de nada.

Has llegado a descubrir algo que es obvio, pero que, debido a la arrogancia del ego, está sumamente escondido. El conocimiento del mundo no es otra cosa que ignorancia y confusión, un apaño constante para seguir adelante en el laberinto de prueba y error.
El conocimiento del mundo promete hacerte feliz, pero no lo hace. Solo el conocimiento de ti mismo te puede hacer feliz. Y el falso conocimiento programado tiene precisamente la función de esconder el conocimiento de tu realidad. Por ello, todo el conocimiento del mundo se basa en que eres un cuerpo en un mundo de cuerpos, mientras que el autoconocimiento se basa en que eres mente.

El oculto mundo de las causas

Si tú eres mente que experimenta, ¿dónde pueden estar las causas de lo que experimentas sino en ti mismo? Las causas de todo lo que percibes están en la mente. Sin embargo, resulta evidente que no conoces las causas de nada. Y esto es así porque todas las causas del mundo que percibes están separadas del consciente y muy bien escondidas en el subconsciente. Simplemente no puedes conocer las causas de las cosas, porque todo lo que experimentas en el consciente brota desde el subconsciente colectivo. Y por ese motivo todas tus explicaciones terminan siendo ingenuas, incompletas o transitorias. Tu percepción es dramáticamente incompleta y selectiva. Es imposible conocer todos los factores que se extienden desde tu pequeña percepción hasta los confines del universo. El consciente está tan separado del inconsciente que incluso se te olvida que este existe, y crees que lo que ves son causas, cuando solo son efectos.

Todo lo que veo solo son efectos.

El mundo de lo perceptible es siempre un efecto del inconsciente colectivo. Las verdaderas causas están escondidas. Para operar en las causas necesitas ayuda, pues tú no sabes nada. Ni siquiera sabes que no sabes. Saber que no sé es la manera de aprender a aprender.

No sé

que Se yoEl momento en que reconoces profundamente que no sabes es un instante de pura desprogramación en el cual te liberas del pasado, de la cultura, de la genética, de toda tu historia y de todas las historias del mundo. Es la vivencia consciente de la liberación del programa perceptivo que aprisiona tu conciencia desde el inconsciente colectivo.

Lo que llamamos el consciente es conciencia aprisionada por el inconsciente.

Di no sé, respira y siente. No sé. No importan estas dos palabras. Lo que verdaderamente importa es el instante de presencia descondicionada al que te lleva esta práctica. Un instante liberador en donde el tiempo no pesa.
Puede ser que al principio te digas: «¿Cómo no voy a saber? ¡Tengo que saber!». Esta es una defensa habitual del programa, ya que no le gusta nada que juegues a cuestionarlo. Te hace creer que sin él tú no puedes estar seguro. Sin embargo, fíjate bien en lo que te estoy diciendo. Has reconocido desde el fondo de tu conciencia y con la máxima honestidad que en realidad no sabes algo que creías saber. Por tanto, no se trata de que tengas o no que saber, sino de la verdad sobre lo que sabes. El sentir de liberación proviene precisamente de que te das cuenta de que la verdad es que no sabes. ¡Te has liberado de una ilusión! Ahora reconoces que es la ignorancia la que verdaderamente te aprisiona, disfrazada de falso conocimiento.
Mi no saber era en sí mismo conocimiento del hecho de que todo conocimiento es ignorancia, de que «yo no sé» es la única afirmación verdadera que la mente puede hacer.

Desde la mente programada, cuando vislumbras que no sabes, te asustas mucho ante lo desconocido, pues, según el sistema de pensamiento basado en el miedo, sientes que, sin conocimiento, sin estrategia y sin precedentes, no puedes controlar la situación y por tanto te encuentras indefenso ante el peligro.
La mente programada prefiere suponer, adivinar, indagar, investigar, hacer hipótesis o pedirlas a los demás, comprar seguridad o fabricarla, lo que sea antes que reconocer que no sabe. Considera preferible vivir de ilusiones a vivir el pánico de perder el control. Es lógico, pues ignora lo que es la comprensión. No puede entender que, precisamente, uno ha de reconocer que no sabe para abrirse a saber de verdad.

La culpa por no saber

¿Y por qué vas a saber? Has hecho caso a tus sentidos que están diseñados para mostrarte lo que el programa quiere que veas; has hecho caso a una cultura sometida al programa; has tenido profesores que no sabían, padres que no sabían, amigos que no sabían. ¿Por qué tendrías que saber? Es perfectamente normal que no sepas. Al reconocer que no sabes, das un gran paso hacia la sabiduría. Como reza el famoso dicho zen: «Has de vaciar la taza».

Por tanto, no hay culpabilidad alguna en no saber, por mucho que el programa al principio te quiera hacer creer que tienes que saber. Es absurdo tener que saber cuando uno se da cuenta honestamente de que no sabe, y resulta arrogante inventarse una respuesta solo por no reconocer que no se sabe. Toda suposición, invención o adivinanza es una falta de responsabilidad derivada del temor a no saber.
Como el programa es la perspectiva del ego y, por tanto, la perspectiva de la soledad, uno ha de saberlo todo, ya que el «conocimiento es poder», y has de saberlo tú antes que los demás... ¡Lo sepas o no! Si no lo sabes, es de vital importancia que investigues urgentemente. Pregúntale al dios Google, a tus amigos, a los expertos, al programa de televisión, a la enciclopedia… Investiga para borrar este miedo a no saber. La peligrosa vida está ahí afuera y, si te demoras en preparar tu defensa, te puede aplastar.

Es cierto que la ignorancia es peligrosa, aunque solo bajo el punto de vista de que hace sufrir. Pero el programa no puede enseñarte qué es la ignorancia, ni mucho menos que el miedo es ignorancia, pues estos son los fundamentos que lo rigen a él mismo. No puede atribuir el sufrimiento a su misma razón de ser, ya que entonces lo abandonarías. Al contrario, te impulsa a buscar la causa del dolor en algo externo que hay que investigar. La constante competición contra la vida y contra los demás hace del aprendizaje un tenso y serio asunto de supervivencia y seguridad. Para el programa, la tensión es atención y el miedo es necesario como motivador.

Reconoce que no sabes y regresa al presente. No sé. No tengo por qué saber.
Vivo en el inconsciente; saberlo es humildad.
La humildad solo puede proceder de la confianza en el Ser. Esta confianza es la que invoca a tu maestro interior. Tu fe en la comprensión, tu confianza en la vida, te une al recuerdo de tu realidad. Has pasado de una mentalidad a otra. En lugar de creer en el profesor de la locura, ahora estás entregado dulcemente al maestro del amor.

Por Jorge Lomar. Extraído del libro "Vivir el Perdón"